Los gitanos y la luna están adornados del color de la pureza y comparten los mismos atributos positivos:
si vinieran los gitanos harían con tu corazón collares y anillos blancos.Los gitanos, por tanto, aparecen como absolutamente opuestos a su imagen habitual, al estereotipo social impuesto, como seres del agua, transparentes, portadores además de un modo de vida y una cultura alegre, divertida, hedonista, que la cultura dominante reprime a través de la guardia civil para solapar ese modo de vida y situar otro en su lugar. La noche se ha puesto íntima, sí, pero guardias civiles borrachos en la puerta golpeaban. La imagen se repite cuando la guardia civil irrumpe a saco en la ciudad de los gitanos (una ciudad, por cierto, que Lorca nos presenta libre de miedo) para quemar la imaginación.
No obstante, el decisivo protagonismo de los gitanos no nos autoriza a presentar el Romancero como una obra solamente folklórica, solamente andaluza o solamente española. Ni sólo ni principalmente esas tres cosas, porque se trata de un poemario que su autor definió como antipintoresco, antifolclórico, antiflamenco, donde no hay ni una chaquetilla corta, ni un traje de torero, ni un sombrero plano, ni una pandereta. Por el contrario, es una obra universal como ninguna, y es por eso que su éxito ha sido y es también universal.
Con los gitanos sucede lo mismo que en Poeta en Nueva York, donde esta ciudad aparece sobre todo en algunos de sus fragmentos (el puente de Brooklin, Harlem, East River, Bronx, Broadway, Wall Street, el río Hudson, Manhattan...). Lo universal está en lo más singular.
También los gitanos son personajes universales en su Romancero, encarnación concreta de un tipo de hombre. Según él mismo escribió: El libro en conjunto, aunque se llama gitano, es el poema de Andalucía, y lo llamo gitano porque el gitano es lo más elemental, lo más profundo, más aristocrático de mi país, lo más representativo de su modo y el que guarda el ascua, la sangre y el alfabeto de la verdad andaluza universal. Los gitanos vivían en un mundo de ensueños, tremendamente vital, de pasiones fuertes que Lorca supo estudiar y reflejar. Lorca definió así el Romancero gitano: Es un conjunto de poemas sobre hombres y mujeres hechos de sangre ardorosa y de sueños fantásticos; hechos de barro y de cielo. Un libro sobre la vida.
Los gitanos, pues, quedan fuera de los códigos de la cultura occidental; es más, están oprimidos por ella precisamente porque ellos son portadores de los mejores valores de la humanidad, como es el amor mismo: El amor está en los fosos donde luchan las sierpes del hambre, dice Lorca en Poeta en Nueva York, y no en los salones lujosos y en los palacios de mármol. En el Romancero son lo que los negros de Poeta en Nueva York, figuras arcaicas, supervivientes de épocas preclasistas. Lorca se propone recuperar esa época antigua plena de vitalidad. En la obra de teatro La casa de Bernarda Alba, ésta dice: Los antiguos sabían cosas que nosotros hemos olvidado, y en Yerma: ¡Qué pena más grande no poder sentir las enseñanzas de los viejos!.
Para entender a Lorca es imprescindible recurrir a la mitología. Ya en su primer Libro de poemas aparece:
¡Machos cabríos! Sois metamorfosis de viejos sátiros perdidos ya. vais derramando lujuria virgen como no tuvo otro animal.Los viejos sátiros están perdidos a causa de la civilización contemporánea, de una moral que ha anegado antiguas creencias y costumbres, de las cuales la lujuria es sólo un ejemplo particular. El desbocado erotismo manifiesta un instinto primitivo que deben yugular guardias civiles borrachos, trasunto de una civilización castradora, dominante que encuentra su máxima expresión en el Estado, a través de jueces y guardias civiles.
Esto es, en definitiva, otra expresión de la lucha de contrarios en forma ilustrada: la sociedad civil contra el estado natural, el instinto y la moral, el impulso y la prohibición. En términos más generales podemos afirmar que, envuelto en formas líricas mitológicas, Lorca enfrenta el comunismo primitivo con las sociedades clasistas.
En Poeta en Nueva York Lorca recuerda los gemidos de obreros parados pero, en definitiva, es la indiferencia ante cualquier especie de sufrimiento humano lo que le atormenta. Por eso tiene las más duras palabras para la gran urbe capitalista: ola de fango, amargas llagas encendidas, allí no hay mañana ni esperanza posible, cieno de números y leyes, América se anega de máquinas y llanto...
Al poeta no le gustaban ni Nueva York ni la guardia civil. No le gustaba esta sociedad. Quería una sociedad sin clases y trató de buscarla en aquellos sectores oprimidos por ella que él consideraba que aún portaban rasgos de lo que antiguamente fue el comunismo primitivo.
El reino de la espiga
No se trata de un regreso al pasado, de una vuelta a los orígenes, sino de una resurrección, de una renacimiento, que Lorca no aborda para nada en el Romancero sino en su obra teatral El Público. Nada más empezar esta obra, el Hombre 1 dice al Director: Usted lo que quiere es engañarnos. Engañarnos para que todo siga igual y nos sea imposible ayudar a los muertos.
El Romancero canta con acento trágico la muerte, pero la muerte no es el final, sino un tránsito hacia algo nuevo, que tiene su expresión más acabada en la hermética El Público, cuando el El Director afirma que en último caso dormir es sembrar, idea repetida por La Madre en Bodas de Sangre, cuando exclama Benditos sean los trigos, porque mis hijos están debajo de ellos. Por eso Yerma, paradigma de la esterilidad femenina, asume un papel terrible y al final de la obra grita: Voy a descansar sin despertarme sobresaltada, para ver si la sangre me anuncia otra sangre nueva [...] ¡No os acerquéis, porque he matado a mi hijo, yo misma he matado a mi propio hijo!
El frenético canto a la sexualidad que es Romancero gitano no tendría ningún sentido si no tomáramos en consideración que, ciertamente, la muerte es omnipresente pero, como en las mejores películas, vence la vida, triunfa el deseo, aunque para ello algo deba morir, incluso morir trágicamente y desaparecer.
La pasión sexual conduce a la muerte lo mismo que a la vida, y por eso adopta un mismo símbolo, como el cuchillo en los versos finales de Bodas de sagre:
Con un cuchillo con un cuchillito que apenas cabe en la mano pero que penetra fino por las carnes asombradas y que se para en el sitio donde tiembla enmarañada la oscura raíz del grito.No es, pues, algo localista de lo que Lorca está hablando sino una reflexión común a todos los pueblos en todos los tiempos, envuelta a veces en personajes precisos y definidos, y otras en paradigmas de la mitología clásica (Filomela, Saturno, Baco, Ciso, Ceres, Erebo, Febe, danaides, Silvano, Pegaso, Acis...). Siempre lo más popular unido a lo más culto: Quiero sacar de la sombra a algunas niñas árabes que jugaron por estos pueblos y perder en mis bosquecillos líricos a las figuras ideales de los romancillos anónimos, dice Lorca en su carta a Fernández Almagro. Pura contradicción.
Ese quiero se repite en Poeta en Nueva York de un modo contundente:
Quiero que un niño negro anuncie a los blancos del oro la llegada del reino de la espiga.En medio del asfalto deben empezar a brotar trigales, nuncios de una sociedad nueva que no llegará sin dolor, sin violencia porque -añade el granadino- es preciso matar al rubio y dar con los puños cerrados, lo que nos muestra un poeta bien diferente del que la cultura al uso nos dibuja. Al fin y al cabo son los oprimidos los que deben matar a los opresores para liberarse de las cadenas.
Ese advenimiento ni es espontáneo ni fácil, sino que va acompañado de la sangre, de la violencia y de la muerte. La vida y la muerte son las dos caras de la misma moneda: morir es sembrar, y a la inversa.
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